El ayuno con zumos favorece la salud

A diferencia de otras curas que suelen recomen­darse, el ayuno con zumos es, con toda certeza, más sano que cualquier «alimentación de engorde», por sobreabundante y deliciosa al paladar que sea. ¡Más del 50 por 100 de las enfermedades que producen la muerte pueden achacarse al factor alimentación! La sobrealimentación es uno de los mayores factores de riesgo que amenazan nuestra vida. Comer demasiado y comer lo inadecuado es a largo plazo más peligroso que practicar las especialidades deportivas más arries gadas o que conducir un automóvil.

¿Quién puede ayunar?

El proceso de cambio al ayuno nocturno se realiza inconscientemente, de manera cuasiautomática, razón por la cual cualquier persona puede ayunar durante un periodo de tiempo más o menos prolongado. Lo úni co que exige esta situación, a la que en principio no estamos habituados, es una decisión inicial consciente. Y esta decisión es más fácil de adoptar cuando el bene ficio que se espera obtener proporciona una motiva ción evidente. Naturalmente, una premisa básica es que existan reservas energéticas suficientes, ya sea en forma de energía almacenada por los alimentos o en forma de energía espiritual. En otras palabras: quien quiera ayunar estando enfermo, debe hacerlo exclusi­vamente bajo control médico. Las enfermedades meta-bólicas, como la diabetes, las disfunciones de los órga nos excretores (hígado y ríñones) o las enfermedades cardiovasculares, pueden ser incompatibles con el ayu no, dependiendo de su gravedad, tanto como las en fermedades nerviosas o las perturbaciones psíquicas. En caso de padecer enfermedades agudas, únicamente debería ayunarse después de consultar al médico.

El ayuno libera energía

En muchas enfermedades, en particular las crónicas, el ayuno favorece el proceso de curación: se renuncia a la ingestión de alimentos para que toda la energía esté disponible para el proceso curativo. Esta afirmación puede parecer paradójica, puesto que la ingestión de alimeiitos es la que proporciona la energía necesaria pa ra el mantenimiento de todos los procesos vitales. Pero, previamente, nuestro organismo tiene que realizar una contraprestación: el trabajo desarrollado en la digestión, que es, efectivamente, un trabajo que implica mucha energía. Los alimentos deben triturarse mecánicamente, y aquellos que tengan una temperatura inferior a 37° C, primero hay que calentarlos. El alimento ingerido sólo se absorbe gastando energía. El transporte y la transfor mación de los nutrientes (de la que se encargan la san gre, la linfa y el hígado) también consumen energía. Por esta razón, después de comer nos sentimos amodo rrados.
Por lo tanto, renunciar al alimento significa que se ahorra trabajo digestivo, quedando libres energías pa­ra otras funciones. Pensemos en los deportistas, que no son capaces de alcanzar rendimientos máximos después de una comida opípara. Son las reservas ener géticas, no el alimento ingerido, las que garantizan el mantenimiento de los procesos vitales. Algo similar ocurre con el ayuno. Las reservas energéticas de rápi da disponibilidad se encuentran en la sangre y el híga do en cantidades relativamente pequeñas. Cuando es tas reservas se consumen (en un lapso que puede variar desde unas pocas horas hasta un máximo de dos días), se echa mano a las reservas energéticas, mayo res, de los depósitos de grasa. La grasa es la que más energía contiene por unidad de peso, por lo que re sulta el depósito ideal para almacenar energía.

El ayuno se alimenta de las reservas de energía

Tan pronto como se dispone de más energía de la que necesita el organismo, dicha energía se transforma en grasa, acumulándose en células especiales. A medida que aumentan estos depósitos grasos van haciéndose pa tentes exteriormente a simple vista, en los «michelines», en la barriga o en las caderas. El sobrepeso es el resulta do de un aporte energético superior al consumo realiza do. La única forma de eliminarlo es aportando menos energía de la que se consume. El máximo déficit de ener gía, y consiguientemente la reducción de peso más rápi da, debe esperarse cuando el aporte energético es insig­nificante. Muchas personas ayunan por la motivación que hemos expuesto. Cuanto más acusado sea el sobre peso, mayor es el efecto de adelgazamiento. A pesar de todo, hay tres puntos que deben tenerse claros:
1. La reducción de peso durante el ayuno no se debe sólo a la pérdida de grasas, sino también a la pérdida de agua. Dado que los depósitos grasos no comienzan a eliminarse aproximadamente hasta el se gundo día, el peso perdido durante el periodo inicial se debe predominantemente al agua eliminada. Por ello, las dietas de corta duración suponen una relaja ción del acumulo de depósitos grasos, pero apenas una reducción de peso considerable y duradera. Des pués de una dieta de breve duración, los kilos preten didamente perdidos se recuperan con rapidez.
2. Sea escéptico con las dietas milagrosas. Quien haya probado algunas de las curas de adelgazamiento tan extendidas por doquier, sabe que las promesas hechas a bombo y platillo apenas sirven para nada. En promedio, un adulto tiene suficiente con 2.000 ó 2.500 kilocalorías diarias: es la cantidad máxima de energía que se puede quemar al día. Con tal canti dad, los cálculos indican que es prácticamente impo sible reducir el tejido graso más de 500 gramos al día. Sólo aumentando el consumo de calorías me diante la actividad física (deporte) puede mejorarse algo el resultado.
3. El ayuno no es una dieta más de los cientos y miles de variantes que existen. El ayuno tiene diferen­cias esenciales con las múltiples dietas de adelgaza­miento que recomiendan cualquier combinación de alimento sólido o una reducción de calorías y de can­tidades ingeridas. En el ayuno se renuncia totalmente al alimento sólida para aprovechar la energía que se li bera. Es cierto que también se pueden realizar ayunos breves de uno o pocos días (por ejemplo, para conte ner un aumento de peso inminente), pero el deseado efecto más amplio de estimulación integral no se con sigue hasta un mínimo de siete días de ayuno.

Límite de peso

Una premisa indispensable para lograr los efectos cu rativos del ayuno es realizarlo correctamente, excluyendo todo posible riesgo. Un posible riesgo estriba en la reduc ción de peso condicionada al ayuno. Cuando, después de eliminarse los depósitos grasos, comienzan a quemarse también las proteínas, pueden producirse daños agudos o a más largo plazo. Según la opinión predominante en tre los científicos, no existe ningún depósito de reserva para las proteínas que tenga la capacidad suficiente. Po dría prescindirse de cierta cantidad de masa muscular, pe­ro las proteínas funcionales, como las enzimas, son im prescindibles para el mantenimiento de los procesos vitales. Por esta razón, el peso corporal no debería ser in ferior al umbral del peso normal (= estatura corporal en centímetros, menos 100) en más del 20 por 100.

Límite de tiempo

En personas con sobrepeso, el límite de tiempo del ayuno podría alcanzarse más rápidamente. Los constantes procesos metabóíicos gastan proteínas. Si la alimentación no aporta proteínas o no las aporta en cantidad suficiente, al cabo de cierto tiempo algunas funciones importantes del metabolismo y del sistema inmunitario pueden realizarse de forma defectuosa. Para los no expertos no resulta fácil establecer este lí­mite de tiempo. En el ayuno con zumos no hay que temer ninguna carencia proteínica si la duración no supera las dos semanas. En este periodo tampoco se observa ningún déficit de minerales ni fenómenos asociados a carencias vitamínicas. En cualquier caso, los periodos de ayuno más prolongados deberían rea­lizarse siempre bajo control médico, sobre todo por­que en casos aislados puede producirse la denominada euforia del ayuno, un estado del que el ayunante no puede salir sin ayuda para recuperar la ingestión nor mal de alimentos. Si después de un ayuno de catorce días no se ha alcanzado aún el peso deseado, hay que interpolar un periodo de una semana de duración mí nima con alimentación rica en sustancias vitales para cubrir las necesidades de proteínas y vitaminas. A con tinuación puede realizarse otro periodo de ayuno.

Peligros de una hiperacidez

En el ayuno integral (dieta de cero calorías) apare­ce un riesgo para el metabolismo que se evita con el ayuno con zumos. En el proceso de obtención de energía a partir de las reservas corporales, la grasa se descompone hasta formar cetonas. Las cetonas sólo pueden seguir descomponiéndose si se añaden hidra­tos de carbono; sólo así se quemarán completamente las grasas. Como las reservas de hidratos de carbono se han consumido a los dos días de ayuno, los días subsi guientes aumenta constantemente la producción de cetonas. Las cetonas que se encuentran en el flujo sanguineo sólo pueden eliminarse a través de los ríñones en una proporción baja. Se produce, por tanto, un au­mento de las cetonas en la sangre que bloquea la capa cidad excretora de los ríñones, por lo que tampoco pueden eliminarse suficientemente otros productos fi nales del metabolismo como, por ejemplo, el ácido úrico. Consecuentemente, la sangre se acidula, y el elevado nivel de ácido Éneo puede provocar ataques agudos de gota, favoreciendo secuelas posteriores co mo reúma o artritis.